Llevo unos días de bastante actividad y algunas emociones vinculadas a esto de la bici que ya contaré, si eso.
Hoy mismo he estado charlando con unos simpáticos chavales que tenían algo más que curiosidad sobre lo que es ir en bici por la ciudad. Ha sido una conversación larga y agradable, la mayor parte del tiempo pedaleando por el centro de Zaragoza. Coincidentemente, cuando entraba aquí he visto el último post de un ciclista urbano, titulado "Ciclistas por el respeto: carril-bici no", y creo que lo que he transmitido iba esencialmente en esa misma línea, aunque todavía no sabría decir cómo lo han entendido, tengo que dejarles unos días para reflexionar y "hacer un resumen".
Pero hoy, lo que voy a hacer es dar salida a unas anotaciones de una vuelta en bici de la semana pasada (la santa), que hacía tiempo que quería hacer, pero pensaba que me superaba: Broto-Aínsa-Escalona-Añisclo-Fanlo-Broto. Noventa kilómetros.
Me animé a hacerla porque el sábado anterior, que fuimos a reconocer el terreno de la treparriscos (la "quebrantahuesos para chicas", a la que me he apuntado) comprobé en la práctica lo que ya sabía en teoría, que en carretera se hacen muchísimos más kilómetros con menor esfuerzo: cualquiera de estas dos largas marchas cicloturistas resulta bastante más asequible que varias de las excursiones habituales por pistas de montaña que tanto me gusta hacer.
La ruta del jueves pasado discurre todo el tiempo por valles de ríos: el Ara (que creo que es el río mejor conservado de la península y parte del extranjero), un poco del Cinca, el Vellós, el Aso y el Chate.
Siempre que paso por cerca de Jánovas, a orillas del Ara, se me encoge algo dentro, al pensar en la historia de esta habitable parte del valle: se desalojó a sus gentes a base de amenazas y dinamita, con la pretensión de hacer un embalse de dudosa utilidad, que finalmente no se hará. Aún así, la gente que vivía en estos pueblos los vió naufragar triste e innecesariamente, como emotivamente canta la Ronda de Boltaña. Sólo faltaría que ahora algún iluminado quiera hacer aquí algún centro de ocio de alta capacidad, ya puestos con un lago...
Y cuando paso por Añisclo, cañón y desfiladeros del río Vellós, no puedo dejar de alegrarme de que los planes de inudarlo todo sólo consiguieran construir, en la posguerra civil, la carreterilla que más me gusta del mundo mundial. Se tardaron décadas en esconjurar la amenaza sobre Añisclo, pero finalmente, en 1982, fue salvado por la vía de incluirlo en el parque nacional de Ordesa y Monte Perdido (sobre cuyos cuidados habría bastante que hablar, pero ya me estoy enrollando).
Un consejo: En la montaña es esencial elegir bien el desarrollo.
Yo me quedo con uno un poco corto, sin exagerar, que no queme todas las energías de buenas a primeras, y permita reservar recursos por si se necesitan más tarde. Además, de esta forma, se disfruta mucho más del paseo.
(Sí, como de costumbre, todo este último párrafo tiene doble sentido.)
Os dejo con unas fotos del recorrido, del jueves y de otros días (lo del Chate no lo repito).
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